Hojas de Otoño cayendo en suelo y,
mis presos sentimientos cayendo
en la libertad de mis versos.

Lectores

miércoles, 27 de noviembre de 2013

PROYECTO DE NOVIEMBRE DE ADICTOS A LA ESCRITURA. "PAPÁ. ¿POR QUÉ SOY UNA CHICA?"

“Papá, ¿por qué soy una chica? “

Había pasado una semana desde que mi hija me había hecho esa pregunta y todavía no había sido capaz de encontrar respuesta. Supongo que es natural que una niña de cuatro años se pregunte por qué su hermano asiste a clases de fútbol y ella a ballet, por qué las paredes de su cuarto son rosas o por qué las niñas de su clase juegan con muñecas y no con cochecitos. En definitiva, yo tampoco comprendo por qué desde tan temprana edad establecemos diferencias entre ellos, erigiendo tabúes y patrones para  luego qué: ¿Caer en el tópico de cuan distintos somos? ¿Un hombre no puede comprender a una mujer y viceversa? Tampoco comprendo la diferencia “chico” o “chica”, “mujer” u “hombre”. Palabras relacionadas a un concepto de manera arbitraria y un concepto tal vez, impuesto ya solo por costumbre y tradición de las sociedades sin pensar en el concepto natural.

“Papá, ¿por qué soy una chica?”

Puede ser una cuestión absurda a la que no deba darle más importancia pero la cuestión es que para mí si la tiene. Puedo comprender por qué mi hija  hizo esa pregunta. Una pregunta que me hice tantas veces unos pocos años atrás. Obviamente, sé diferenciar el género masculino y femenino, lo que no distingo son los papeles que deben ejercer, las características de comportamiento que ya se les asocia. Busqué y busqué una respuesta, en libros, en películas, en maestros o en canciones pero, una vez desgastado de someter mi identidad a una constante duda y no encontrar respuesta, acepté los cánones de la sociedad y memoricé mi guión como hombre en la vida.

Crecí junto mis dos hermanas mayores y  madre a falta de un padre que nos había abandonado en un pueblo ya olvidado. Creo recordar que de niño nunca hice diferenciación alguna entre chica o chico aunque, es bastante confuso mirar entre la bruma de unos recuerdos tan difusos.
Mis dos hermanas y yo estudiábamos libros de texto en  casa de una forma totalmente autodidacta. Solía ser un niño bastante enfermo por lo que no asistía a la escuela. Recuerdo las altas fiebres de madrugada, los escalofríos y lo común que era que escasease el dinero a pesar de que mi madre, dedicada entera a sus hijos, se dejase la piel limpiando las escaleras de los edificios, ayudando en cualquier mudanza del pueblo o cargando su horario con cada mínimo oficio que le pudiese aportar efectivo. Cualquier dinero que tuviese lo empleaba en mis medicinas o en satisfacer el hambre de las tres criaturas que tenía en el  mundo, hasta el punto de despreocuparse de ella misma. Nos amaba.

En ese contexto, jamás tuve una referencia masculina. Me entretenía jugando con mis hermanas encadenando palabras, siendo el rey de un castillo de cartón o vistiendo muñecas medio descosidas y remendándolas para poder jugar más con ellas. En épocas todavía más difíciles incluso tuve que heredar alguna que otra prenda usada y jamás me planteé el hecho de si era ropa femenina. Y llegó la pubertad y con ella los cambios físicos. Tal vez, fue el primer momento en el que fui realmente consciente de las diferencias pero siempre físicas no psíquicas. Yo no tenía pechos, al igual que mis hermanas no tenían tanto vello ni tenían la voz cada vez más grave. Y así, sin darle más importancia, crecí.

Por supuesto todo cambió más tarde cuando me mudé a la ciudad para poder trabajar y estudiar. Fue como meter la cabeza en agua fría y despertar en una realidad totalmente distinta de la que había estado viviendo. La sexualidad estaba marcada por colores, ropas, perfumes, maquillajes, trabajos, música e incluso sitios de ocio. Fue una gran confusión, un gran golpe. Un gran no entender nada. Hasta ese momento, jamás me había planteado el hecho de que mi identidad estuviese ligada a un sexo, mis gustos, mi manera de comportar y de estar en la vida. Es obvio, que al crecer bajo una influencia femenina bastante importante había ido adquiriendo gestos, expresiones, formas de pensar y hablar que por lo visto aquí (o ahí y en todas partes debo decir)  se van asociando a mujeres. Me abrumaban los intentos de coqueteo de mis compañeras que hacían bandera de su feminidad y no sabía como debía reaccionar. No me habían enseñado a pensar en una mujer de esa forma, como algo a lo que poder conquistar. Yo las entendía sabía como pensaban  y pensaban igual que yo, que un hombre. Solo era cuestión de personas y no de sexos. Mientras yo los veía a ellos como raros, no por ser cómo eran sino por las diferencias que establecían cuando eran lo mismo, seres humanos, ellos me veían a mí como al extraño. Se envalentonaban y llevaban la mano a la cabeza al no creernos a ambos sexos tan distintos. ¿Eran más hombres aquellos de la ciudad que yo? O ¿era yo mujer de mente y hombre de cuerpo? Y ¿qué sentido tenían estas palabras? ¿tal vez estaba pensando demasiado? Eran muchas preguntas que como respuestas tenían más preguntas. Me di por vencido. Aprendí que un hombre bebe cerveza con los amigos mientras habla de fútbol, que no expresa sus sentimientos o debilidades, que debe permanecer proyectando siempre una imagen fuerte, que si una mujer no puede abrir un bote el hombre debe tener la fuerza necesaria para abrirlo, que si se rompe algo de la casa ha de repararlo, que nunca mira las instrucciones, que al abrazar a otro hombre le da dos palmadas en la espalda y cuando se pierde no se detiene a preguntar el camino.

Eso era ser hombre según ellos. Para mí ser hombre era algo que implicaba solo mi aparato reproductor y cuerpo. Algo más natural.

No sé si he sido capaz de expresar mi punto, si he llegado a alguna conclusión o si por el revés me he ido enredando en un mar de laberintos. Pero no tenía otra respuesta más que esta un Lunes a las 4 de la madrugada.


ALEJANDRA MEZA (Zalexa)

viernes, 22 de noviembre de 2013

Tiempo.





       Quién no ha deseado el eterno tacto
del tiempo fluyendo entre los dedos 
para atraparlo y modelarlo 
y transformarlo en goma y borrar 
algunos momentos del pasado;
llorarlo en tinta y con tinta 
dejar marcado el futuro destino
y es que dicen que el tiempo perdido 
hasta los santos lo han llorado;
 pero el tiempo  fluye y se escurre y
gota a gota se escapa de las manos. 

Alejandra Meza.













"¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si  me lo preguntan, no lo sé."


San Agustín.




viernes, 1 de noviembre de 2013

Café caliente



Observo callada.
Me comunico escribiéndole a nadie
desde  mi mesa  acompañada por un café, bolígrafo y papel.

Mis ojos memorizan gestos,
mi corazón descodifica anhelos y,
mi alma, persiste buscando su gemelo.

Luces artificiales iluminan ausentes sonrisas,
reuniones clandestinas, primeras y  últimas citas,
el café de las nueve, el té antiestrés,  la noche inquieta de un poeta
o el secreto que alguien no revela.

¿Qué verán ellos cuando me vean?
¿Qué es lo que veo yo cuando los veo?

Figurantes de mi filme,
carentes aparentemente de protagonismo.

Esta noche, con qué o quién soñarán,
por la mañana, en boca de quién despertarán,
qué destino les deparará el poso de la taza olvidada
y qué destino me deparan estas letras desfiguradas.

Alejandra Meza