Hojas de Otoño cayendo en suelo y,
mis presos sentimientos cayendo
en la libertad de mis versos.

Lectores

miércoles, 26 de febrero de 2014

Proyecto de Adictos a la Escritura: Un final inesperado.

El muchacho se llamaba Santiago.
Su madre Amelia y su padre Salvador.
A los cinco años era un fanático del fútbol. Todos los fines de semana se levantaba entusiasmado, repleto de energía, saliendo de su mirada una y otra vez la misma pregunta con tono de súplica:"Papá vamos a ir al parque a jugar fútbol?" Corría como un rayo detras de la pelota, pero cuando se le escapaba y su padre hacía alguna jugada, lo observaba atentamente, estudiando como coordinar sus pies para poder hacer lo mismo. Mentalmente le ponía nombre a cada pase o juego de pies, como los superhéroes de los dibujos animados que decían el  nombre del ataque que lanzaban. A los siete, tenía ya la colección entera de los cromos de todos los equipos de fútbol. Tal vez tardaba dos horas en memorizar un párrafo de lengua, pero era capaz de soltar de qué equipo era tal jugador, cuantos goles había metido en cada temporada, las tarjetas que le habían sacado, por quién había fichado en tal época, cuando se había lesionado, en cuantos partidos ganados había jugado, etc. Con sus doce trajo su primer sobresaliente a casa. Sus padres le habían prometido meterlo en el equipo regional de fútbol si era capaz de mejorar sus notas. A los catorce años, sin avisar a su madre, se rapó entero. Esto fue resultado de las típicas tardes  de playa en la que los adolescentes no saben con qué divertirse y de pronto se les ocurre hacer apuestas. Cuando llegó a casa, con un gorro intentando pasar desapercibido, fue directo a su cuartp a pasarse la mano en donde antes habían estado sus rizos. No se arrepintió, había sido una locura pero peor hubiese sido echarse atrás. Obviamente no pudo ocultar su nuevo "look" más allá de la hora de la cena. Sus diecisiete fueron un desfase, una revolución que se podía resumir en fútbol, fiesta y comida. Salía con sus amigos a discotecas, a tontear con un par de chicas. El fin no era conquistarlas, sino provocarse entre ellos, a ver quién se quedaba con más números de teléfonos. Llegaba a su casa tan hambriento, que a veces se preguntaba dónde metía su cuerpo los bocadillos de tortilla de patata, tomate, atún, mayonesa y huevo revuelto que se comía. Su primera novia la tuvo con diecinueve. Fue ella, Natalia, quién logró que saliese de su estado de ánimo triste. Se había lesionado y ya no podía jugar al fútbol. Natalia lo animó. Le dijo que no tenía porqué dejar el mundo futbolístico por completo. Tenía más opciones, el arbitraje entre ellas. Su primera vez, fue unos meses más tarde de empezar con Natalia. Fue una experiencia torpe pero divertida, que tal vez rayó en lo absurdo debido a la vergüenza que ambos sintieron, y por cómo esperaban, a ver qué hacía el otro. Se fue a vivir con ella a los veintidós. Decidió estudiar una carrera universitaria. Después de un año viviendo juntos, Santiago estaba quemado ya de la vida en pareja y la convivencia. No hacían más que discutir y caer en un rutina pesada y deprimente. Alquiló un piso a medias con un par de amigos y se dedicó a disfrutar sus veintitantos. La mejor época de su vida.

El muchacho se llamaba Santiago, y se seguirá llamando de la misma manera por unos minutos más. Hasta después de que la pérdida de sangre lo deje inconsciente pero no más allá del último latido de su corazón. Es lo que sucede cuando estas en el lugar equivocado en el momento equivocado. Cuando te encuentras con un desalmado, a quién no le importa si eres Santiago o Carlos, y todo lo que hay detrás. Y todo por qué. ¿Un robo? ¿Un asesinato por ver algo que no debería haber visto? ¿Un daño colateral? ¿Un accidente? Qué más da. El resultado es un final abrupto, brusco y precipitado. Que no encaja, que distorsiana la idea. Santiago podría haber vuelto a los brazos de Natalia, o tintarse el pelo verde, o pintarse un chimpancé para combatir la soledad. Pero ahora, ya no, ya no podrá.






El proyecto de este mes consistía enbcoger la primera frase con la qje empezase un libro y desarrollar una historia distinta a partir de ahí. La mía ha sido :" El muchacho se llamaba Santiago" deL libro "El Alquimista" de Paulo Coelho.

5 comentarios:

  1. Es así, la muerte es muchas veces abrupta y absurda. Nosotros, entretanto, vivimos tratando de no pensar en ella.

    Un abrazo.

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  2. Alejandra :Cuando trabajé en el servicio de urgencias (soy enfermera jubilada), me tocó ver morir a chicos y chicas en la flor de la edad; victimas de accidentes o de asalto o, lo que s peor, de sus propios familiares. Siempre me entristeció ver segadas esa vidas tan inútilmente.
    Tu escrito es una muy buena reflexión : Doña Ku


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  3. Una pena que una vida tan joven y, al parecer, feliz se vaya al traste por la simple mala suerte o por algo que no tiene nada que ver con la persona en cuestión. Me ha gustado. ¡Un beso!

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  4. Me gusta el final, ya dejas intuir desde el principio que el protagonista no va a acabar bien. Pero a título personal, yo no hubiese puesto las preguntas: "¿Un robo? ¿Un asesinato por ver algo que no debería haber visto? ¿Un daño colateral? ¿Un accidente?". Creo que sin ellas, podías haber dejado más espacio a la imaginación del lector, en vez de orientarla de algún modo con esas cuestiones. Claro, que como te he dicho es a título personal y no pretendo ni que lo cambies ni criticar tu relato.

    Un abracete
    Antonio V. García.

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    1. Si estaba indecisa con eso. A mi tambien me sobraba pero de alguna forma no sabía si dejandolo suelto lo dejaba demasiado libre a la interpretacion y no se entendiese la idea. Para la proxima lo tendré más en cuenta. Perdón por tardar tengo esto abandonado, muchisimas gracias por leerme. Un beso

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